Sinopsis
Es un día de agosto de 1912 en casa de James Tyrone, célebre actor de teatro, rodeado de su esposa y sus dos hijos. Lo que comienza como una plácida jornada de verano en la casa junto al mar irá convirtiendose poco a poco en un combate descarnado, a medida que vaya avanzando la jornada y los demonios familiares salgan a la luz. Una lucha sin cuartel entre cuatro seres humanos fascinantes, condenados a vivir juntos tratando de reavivar los rescoldos del amor pasado mientras cae la noche.
Palabras del Dramaturgo
Decía Tolstoy, al comienzo de “Anna Karenina”, que todas las familias felices se asemejan, pero cada familia infeliz es infeliz a su modo. Eugene O´Neill, que tanto supo de familias y de infelicidad, podría añadir que toda familia infeliz es un espejo en el que se reflejan muchas otras. La de James Tyrone, que es un trasunto apenas velado de la propia familia de O´Neill, parece ser un caso especialmente agudo de padres e hijos incapaces de encontrar la manera de vivir juntos, pero igualmente imposibilitados para abandonarse.
Y sin embargo, según ese día de agosto de 1912 va avanzando inexorablemente hacia la noche y esos padres e hijos se van hundiendo cada vez más es su desdichado estar juntos, el espectador comprende, estre la fascinación y el horror, que los seres humanos que palpitan enfrente de él se parecen demasiado a nuestros propios hogares. ¿Quién no reconocerá en una réplica, en un gesto, en un silencio de los Tyrone algo vivido en su propia carne, en algún momento de su vida familiar? Porque esa es la grandeza que hace d eeste texto un clásico: nos tiende un espejo para decirnos que nadie está a salvo, que bajo cualquier apariencia de armonía familiar siempre laten demonios que terminan por salir.
Quizás O´Neill quiso reflejar una familia americana de profundas raíces irlandesas, pero la pintura resultante fue universal: un microcosmos en el que , extrañamente, la compasión y el amor parecen abrirse paso entre las tinieblas para ofrecer un precario aquilibrio; en palabras de Mary: “Siempre nos hemos querido y siempre nos querremos. Más vale que recordemos eso y no tratemos de remediar las cosas que no tienen remedio, las cosas que nos ha hecho la vida y que no podemos explicar ni disculpar”.
Borja Ortiz de Gondra
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